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MINISTERIO BAUTISTA SAMA
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09 de Junio, 2011 · SERMONES

LA PRUEBA DEL UNGIDO

“Dijo Saúl a David: No podrás tú ir contra aquel filisteo, para pelear con él; porque tú eres muchacho, y él un hombre de guerra desde su juventud. David respondió a Saúl: Tu siervo era pastor de las ovejas de su padre; y cuando venía un león, o un oso, y tomaba algún cordero de la manada, salía yo tras él, y lo hería, y lo libraba de su boca; y si se levantaba contra mí, yo le echaba mano de la quijada, y lo hería y lo mataba. Fuese león, fuese oso, tu siervo lo mataba; y este filisteo incircunciso será como uno de ellos, porque ha provocado al ejército del Dios viviente. Añadió David: Jehová, que me ha librado de las garras del león y de las garras del oso, él también me librará de la mano de este filisteo. Y dijo Saúl a David: Vé, y Jehová esté contigo” (1 S. 17:33–37).
Introducción
A David el ministerio no se le hizo fácil. En su vida tuvo que confrontar la subestimación y el rechazo de continuó. Aunque muchos dudaban de su capacidad de ser alguien importante y de hacer algo importante, él nunca dudó del Dios que se especializa en hacer de lo que no es lo que es (1 Co. 1:26–31).
Cuando Samuel llegó a Belén para ungir a uno de los hijos de Isaí como el próximo rey de Israel, todos se olvidaron de David. A la pregunta de Samuel: “Son estos todos tus hijos?” (16:11), Isaí respondió: “Queda aún el menor, que apacienta las ovejas” (16:11). A lo que el profeta respondió: “Envía por él, porque no nos sentaremos a la mesa hasta que él venga aquí” (16:11).
I. La crítica de su hermano
“Y oyéndole hablar Eliab su hermano mayor con aquellos hombres, se encendió en ira contra David y dijo: ¿Para qué has descendido acá? ¿y a quién has dejado aquellas pocas ovejas en el desierto? Yo conozco tu soberbia y la malicia de tu corazón, que para ver la batalla has venido” (17:28).
El primero que trató de quitarle la visión a David fue su hermano mayor llamado Eliab. Él juzgó las acciones de David sin tomar en cuenta su motivación. Al escuchar a su hermano menor hacer preguntas, Eliab lo malinterpretó.
En vez de Eliab alegrarse de que su hermano lo había venido a visitar con un encargo de parte de su padre, se llenó de ira al escuchar al ungido hablar con los que necesitaban fe y valor. Las preguntas del ungido siempre tienen la finalidad de levantar la fe en otros. Su hermano no podía entender esto. Su nivel de espiritualidad era muy bajo. Los que no hablan en fe, no entienden muchas veces—porque no
decir casi siempre—, a los que hablan el lenguaje de la fe.
Notemos las dos preguntas de Eliab: “¿Para qué has descendido acá? ¿y a quién has dejado aquellas pocas ovejas en el desierto?” (17:28). Lo acusa de desobediente y de irresponsable. Pero David era todo lo contrario de lo que pensaba su hermano Eliab. Él descendió en obediencia a su padre Isaí y dejó las ovejas al cuidado de un guarda. Los ungidos se cuidan de los que mueven mucho la lengua, al cumplir con sus responsabilidades.
Eliab bruscamente le declara: “Yo conozco tu soberbia y la malicia de tu corazón, que para ver la batalla has venido” (17:28). En otras palabras le dice: “Yo sé que tú eres un orgulloso, que en tu mente hay malos pensamientos y solo has venido para averiguar”.
Esto deja ver la raíz de amargura que el propio Eliab tenía en su corazón contra su hermano. Posiblemente el hecho de que David haya sido escogido como el ungido y no él que era el mayor, le había producido una espina contra el menor. Samuel al ver desfilar a Eliab dijo: “De cierto delante de Jehová está su ungido” (1 S. 16:6). Pero Dios lo descalificó al decir: “No mires a su parecer, ni a lo grande de su estatura, porque yo lo desecho; porque Jehová no mira lo que mira el hombre; pues el
hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón” (16:7).
Eliab era tal que impresionaba a cualquiera y lo hizo con el profeta de Dios. Pero lo que agrada a las personas lo desecha Dios. Más que apariencia, Dios busca un corazón conforme a Él. Eliab tenía todo menos el corazón que Dios deseaba en un ungido. La manera como trató a David demostró la clase de corazón que tenía: un corazón malo y un espíritu soberbio.
El ungido tiene que cuidarse mucho de que son como Eliab, que hablan carnalmente y piensan que los años los hacen mejores y más calificados, los que todavía son unos menores espirituales. La envidia  los lleva a criticar a los ungidos.
El ungido David supo defenderse y no pelear: “¿Qué he hecho yo ahora? ¿No es esto mero hablar?” (17:29). No se dejó intimidar por Eliab. Lo mandó a callar. El ungido no tiene tiempo para malgastarlo escuchando las tonterías y las necedades de los no ungidos.
Al ungido nadie lo desarma de sus preguntas y de su terapia de fe. Leemos “Y apartándose de él hacia otros, preguntó de igual manera; y le dio el pueblo la misma respuesta de antes” (17:30). David se tuvo que apartar de Eliab. Un rato más con él y la fe se le hubiera ido. El ungido sabe a quién acercarse y de quién apartarse.
Abraham, el padre de la fe, le llegó el momento que tuvo que apartarse de su sobrino Lot. Leemos: “Y hubo contienda entre los pastores del ganado de Abram y los pastores del ganado de Lot; y el cananeo y el ferezeo habitaban entonces en la tierra. Entonces Abram dijo a Lot: No haya ahora altercado entre nosotros dos, entre mis pastores y los tuyos, porque somos hermanos. ¿No está toda la tierra delante de ti? Yo te ruego que te apartes de mi. Si fueres a la mano izquierda, yo iré a la
derecha; y si tu a la derecha yo iré a la izquierda” (Gn. 13:7–9).
Por causa de Juan Marcos, Pablo y Bernabé tuvieron que separarse: “Y hubo tal desacuerdo entre ellos, que se separaron el uno del otro; Bernabé, tomando a Marcos, navegó a Chipre, y Pablo, escogiendo a Silas, salió encomendado por los hermanos a la gracia del Señor” (Hch. 15:39–40).
II. La subestimación de Saúl
“Dijo Saúl a David: No podrás tu ir contra aquel filisteo, para pelear con él; porque tú eres muchacho, y él hombre de guerra desde su juventud” (17:33).
Dios estaba usando las palabras de David para llamar la atención del rey Saúl. Dicen las Escrituras: “Fueron oídas las palabras que David había dicho, y las refirieron delante de Saúl; y él lo hizo venir” (17:31).
Los planes y propósitos de Dios obran muchas veces por senderos misteriosos. Esa idea de David de estar preguntando era el medio que el Altísimo usó para buscarle una audiencia con el rey. El ungido en ocasiones, sin darse cuenta, entra a formar parte de la agenda de Dios. David conocía muy bien la manera en que opera Dios. Por eso en el Salmo 138:8 declaró: “Jehová cumplirá su propósito en mí”.
Cuando David llegó delante del rey le declaró estas palabras: “No desmaye el corazón de ninguno a causa de él; tu siervo irá y peleará contra este filisteo” (17:32). III.  El ungido proclama un mensaje alentador, de esperanza, de ánimo y de fe.
En primer lugar, “no desmaye el corazón de ninguno a causa de él”. El ungido no desmaya en su corazón; y alienta a otros a no desmayar. Cuando habla contagia con su fe y su entusiasmo a otros. Para él, Goliat era un problema con solución.
En segundo lugar, “tu siervo irá y peleará contra este filisteo”. El ungido se ve siempre como un servidor para el momento de necesidad. Es un voluntario que se pone al servicio de los demás. Se invita a sí mismo donde se le necesita.
David ni llama por su nombre al gigante. Los nombres no impresionan a los ungidos. Para ellos el nombre de Dios es más grande que el de cualquier problema.
Saúl estaba negativo, le faltaba fe, hablaba con desánimo. Leemos: “No podrás tú ir contra aquel filisteo, para pelear con él; porque tú eres muchacho, y él un hombre de guerra desde su juventud”  (17:33). 
Ese “no podrás” tiene a muchos enterrados en la pirámide de su pasado. Viven embalsamados en sus fracasos. No se atreven a intentar de nuevo en la vida.
Ese “no podrás” es una verja que le pone límites a la potencialidad humana. Muchos no salen de su patio emocional porque tienen miedo a la libertad espiritual.
Ese “no podrás” nos limita, nos esclaviza, nos atormenta y es un ladrón que nos roba la voluntad de realización humana. No nos deja ser libres.
En Filipenses 4:13 leemos: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece”. Más que las capacidades y habilidades humanas, está la fuerza de la voluntad que se ancla en la persona maravillosa de Jesús de Nazaret. Para el apóstol Pablo la fuente de su fortaleza lo era Cristo y en Él todo es posible. 
El ungido nunca se deja programar por los no ungidos que le quieren hacer creer que no se puede.
Su fe en Dios lo lleva a creer que todo lo puede. Lo contrario a la fe es la duda. La duda dice “no puedo”, la fe afirma “yo puedo”.
La opinión de Saúl, aunque sonaba realista, no era el lenguaje de un hombre de fe. Por esto David no le prestó mucha atención. Con las palabras que respondió a Saúl desplegó su currículo personal. No era un cadete en la fe. Ya antes había vencido al león y al oso (17:34–35).
Con aplomo y autoridad espiritual dice: “Fuese león, fuese oso, tu siervo lo mataba; y este filisteo incircunciso será como uno de ellos, porque ha provocado al ejército del Dios viviente” (17:36).
Notemos esta declaración: “y este filisteo incircunciso será como uno de ellos”. David profetizó la muerte del gigante. Los ungidos hablan proféticamente. La provocación del gigante era contra Dios mismo: “porque ha provocado al ejército del Dios viviente”.
Luego en el versículo 37, David revela su secreto de combate: “Jehová, que me ha librado de las garras del león y de las garras del oso, él también me librará de la mano de este filisteo”. 
David sabía en quién había creído y a quién le había creído. Al Dios Todopoderoso le daba la gloria porque tras sus victorias contra el oso y el león, el Dios del cielo era su auxilio y ayuda.
David sabía que Goliat no se enfrentaría a una sola persona, aunque solo vería a una, se enfrentaría a David el visible y a Dios el invisible. Las palabras de David están saturadas de mucha fe y de esperanza: “el también me librara de la mano de este filisteo”. El ungido se niega a reconocer al enemigo por su nombre, pero a su Dios sí lo llama por su nombre: “Jehová”. Para él, Dios es alguien y el gigante era nadie.
Ante la firmeza de David, la seguridad de sus palabras y la confianza demostrada, Saúl lo tiene que bendecir: “Vé, y Jehová esté contigo” (17:37). De todo lo que había dicho Saúl, esto fue lo más importante. Bendecir a los ungidos, hombres y mujeres de fe, es el deber de los creyentes. Saúl no le dice: “Ve, porque Jehová está contigo”. Le dice: “Vé, y Jehová esté contigo”. Lo bendice en futuro. Ya David estaba bendecido en presente. Los ungidos están bendecidos y serán
bendecidos.
Conclusión
(1) Los ungidos muchas veces serán criticados por hermanos de más experiencia que los acusarán de ser carnales y entrometidos. Pero el ungido sabe que su corazón recto con Dios, es lo que más importa. En vez de entrar en debates con los críticos se aleja de ellos.
 (2) Los ungidos muchas veces serán subestimados por otros que estuvieron ungidos y los verán como personas sin experiencia ni madurez. En vez de discutir, testificarán de la grandeza de Dios en ellos y de cómo en diferentes pruebas del pasado, Dios estuvo a su lado. 
(3) Los ungidos siempre hablarán con ánimo, con entusiasmo, llenos de fe, creyendo siempre que es posible, viendo las soluciones y no aumentando los problemas.
publicado por mbsama a las 07:32 · Sin comentarios  ·  Recomendar
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