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MINISTERIO BAUTISTA SAMA
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14 de Junio, 2011 · SERMONES

LA CONFESIÓN DEL UNGIDO

“Entonces dijo David al filisteo: Tú vienes a mí con espada y lanza y jabalina; mas yo
vengo a ti en el nombre de Jehová de los ejércitos, el Dios de los escuadrones de Israel, a quien tú has provocado. Jehová te entregará hoy en mi mano, y yo te venceré, y te cortaré la cabeza, y daré hoy los cuerpos de los filisteos a las aves del cielo y a las bestias de la tierra; y toda la tierra sabrá que hay Dios en Israel. Y sabrá toda esta congregación que Jehová no salva con espada y con lanza; porque de Jehová es la batalla, y él os entregará en nuestras manos” (1 S. 17:45–47).
Introducción
El rey Saúl ya había bendecido a David: “Vé, y Jehová esté contigo” (17:37). David fue ungido por Samuel el profeta y fue bendecido por Saúl el rey. Ante la autoridad de Dios y ante la de los hombres, David estaba autorizado.
La bendición de Saúl le daba a David el permiso para actuar. Los ungidos siempre se deben mover bajo permiso de los que están en autoridad sobre ellos. Salir con la bendición del líder es gozar del respaldo de Dios. “Vé”, era el permiso. “Y Jehová esté contigo”, era la seguridad.
En 1 Samuel 17:43 leemos: “Y dijo el filisteo a David: ¿Soy yo perro, para que vengas a mí con palos? Y maldijo a David por sus dioses”. El gigante se burló de la apariencia pastoril de David. Al verlo con su vara y con su cayado, lo despreció como guerrero. Pero la vara era símbolo de la protección que daba a sus ovejas y el cayado era símbolo de su autoridad como pastor. En lo espiritual, David iba armado con autoridad y protección divinas (Sal. 23:4).
Luego el filisteo se vuelve un profeta del mundo y le dice al ungido: “Ven a mí, y daré tu carne a las aves del cielo y a las bestias del campo” (17:44). El diablo profetiza mentiras contra los ungidos.
Les desea fracaso, destrucción, derrota. Trata de que los ungidos crean a sus palabras y se llenen de temor. El arma favorita que se patentiza en el infierno es el temor. Un ungido con temor deja de creerle a Dios y no se ampara en lo que dice la Palabra. Muchos conocen la Palabra, pero no la obedecen.
Saben lo que Dios dice, pero no actúan en lo que Él dice. 
I. La confianza del ungido
“Entonces dijo David al filisteo: Tú vienes a mí con espada y lanza y jabalina; mas yo vengo a ti en el nombre de Jehová de los ejércitos, el Dios de los escuadrones de Israel, a quien tú has provocado” (17:45).
Los oídos del ungido se abren para escuchar a Dios y no para oír al diablo, al mundo o a la carne. La relación del ungido con el Eterno y su confianza en Él es más importante que la opinión del filisteo del fracaso.
El tentador le dijo a Cristo: “Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en pan” (Mt. 4:3). Notemos que reconoció al Ungido con su título: “Hijo de Dios”. Al diablo le gusta reconocer títulos, pero eso no implica que los respete. Ese “si eres” era la semilla de la duda, de la arrogancia y del orgullo. Se aprovechó de una debilidad física del Señor Jesucristo: “tuvo hambre” (Mt. 4:2).
Jesús, como e1 Ungido, le respondió: “Escrito está: No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mt. 4:4). Con la Palabra, Jesús resistió al diablo. Los ungidos son personas que están llenos de la Palabra. Saben la manera de defenderse con la Palabra. Tienen la Palabra en el corazón y cuando la necesitan la misma se manifiesta.
Jesús se negó a convertir las piedras en pan. Hoy día muchos están convirtiendo las piedras en pan, porque no conocen sus derechos con que les ampara la Palabra.
David le contestó al filisteo: “Tú vienes a mí con espada y lanza y jabalina”. Reconocía que desde el punto de vista humano este incircunciso estaba armado hasta los dientes.
Los ungidos nunca subestiman a sus enemigos. Los estudian bien. Analizan sus tácticas. Hacen un estimado de sus armas de combate. David sabía lo que tenía su enemigo. El ungido siempre tiene que conocer a su enemigo y saber con lo que cuenta.
El ungido tampoco se deja impresionar por lo mucho que tenga su contrincante. Él sabe lo que tiene en Dios y conoce cómo ponerse en las manos de Él.
David luego añade: “Mas yo vengo a ti en el nombre de Jehová de los ejércitos, el Dios de los escuadrones de Israel, a quien tú has provocado”.
El ungido se ve como un representante autorizado de Dios. Su llamado y misión era de parte de Él.
Como representante de Dios, el ungido cumpliría con su parte y Dios haría la suya.
El ungido también manifiesta un celo por Dios: “a quien tú has provocado”. Los ungidos siempre protestan a favor de Dios. En 1 Reyes 18:17–18 leemos: “Cuando Acab vio a Elías, le dijo: ¿Eres tú el que turbas a Israel? Y él respondió: Yo no he turbado a Israel, sino tú y la casa de tú padre, dejando los mandamientos de Jehová, y siguiendo a los baales”.
Cualquier provocación a Dios, los ungidos la toman como algo personal. Los asuntos de Dios les importan a ellos. Como ungidos debemos estar siempre del lado de Dios, aunque esto signifique impopularidad o discriminación.
II. La fe del ungido
“Jehová te entregará hoy en mi mano, y yo te venceré, y te cortaré la cabeza, y daré hoy los cuerpos de los filisteos a las aves del cielo y a las bestias de la tierra; y toda la tierra sabrá que hay Dios en Israel” (17:46).
“Jehová te entregará hoy en mi mano”. El ungido con sus labios confiesa que el enemigo le será entregado ese día. Con sus palabras confiesa que Dios lo ponía en autoridad sobre su enemigo.
En Hebreos 11:1 leemos: “Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve”. La fe siempre está segura de lo que espera, convencida de lo que no se ve. La fe llama las cosas que no son como si fueran.
Pero la fe siempre opera basada y respaldada por la Palabra de Dios: “Por la fe entendemos haber sido constituido el universo por la palabra de Dios, de modo que lo que se ve fue hecho de lo que no se veía” (He. 11:3).
La fe siempre le cree a Dios y a lo que Él dice en su Palabra. Fuera de la Biblia no se responde en fe, sino en presunción. La presunción es siempre una apariencia de fe falsa.
Por medio de la fe el creyente actúa y habla. Se necesita fe para ponernos de acuerdo con Dios. El ungido es una persona que tiene y comunica fe.
“Y yo te venceré, y te cortaré la cabeza”. Notemos que el ungido habla victoria. Su mentalidad es positiva. Su mensaje es positivo. Sus palabras son positivas. Su naturaleza es positiva. El ungido siempre confiesa los resultados. No declara fracasos, declara triunfos. No se ve derrotado, sino victorioso. No se ve con la cabeza cortada por el enemigo, ve al enemigo con la cabeza cortada por él. Sabe muy adentro de su corazón que es un instrumento de Dios y que forma parte de un
plan divino. Sabe a quién le ha creído y por qué le ha creído.
“Y daré hoy los cuerpos de los filisteos a las aves del cielo y a las bestias de la tierra”. David al ejercitar su fe lo hacía en presente: “Jehová te entregará hoy en mi mano”. “Y daré hoy”.
La fe es para “hoy” y la esperanza es para “mañana”. La fe recibe “hoy” y la esperanza recibirá “mañana”. La fe se goza “hoy” y la esperanza se gozará “mañana”.
La fe del ungido es presente, lo mantiene activo, le hace declarar lo que quiere que suceda “hoy”. La fe provoca milagros. ¡Tenga fe en Dios! ¡Tenga fe en la Palabra de Dios! ¡Tenga fe en lo que usted dice de parte de Dios!
“Y toda la tierra sabrá que hay Dios en Israel”. Con su fe, el ungido busca que Dios sea glorificado y alabado en todo lugar. Cuando el ungido actúa con fe, los que lo ven tienen que reconocer que la mano de Dios ha estado detrás de todo esto. El Director Ejecutivo es Dios y el ungido simplemente ha recibido una parte para actuar.
Por lo tanto, el mérito no es del ungido sino del que lo ha montado todo: el Dios Todopoderoso. El ungido debe ser humilde en su espíritu. Dios sin él o ella sigue siendo Dios; pero él o ella sin Dios es nada. ¿Qué significa “nada” en griego? Para los que viven fascinados por los originales bíblicos, “nada” en griego es “nada”. Y “nada” somos sin la presencia y el favor de Dios en nuestra vida.
III. El testimonio del ungido
“Y sabrá toda esta congregación que Jehová no salva con espada y con lanza; porque de Jehová es la batalla, y él os entregará en nuestras manos” (17:47).
David sabía que el propósito de todo lo que ocurriría en ese día era dar testimonio del nombre de Dios. La finalidad no era la de hacer famoso al ungido, sino la de hacer notorio a Dios.
Los ungidos siempre se mueven dentro de una motivación espiritual. Lo que no traiga gloria y honra al Señor Jesucristo, no glorifique al Padre y no reconozca al Espíritu Santo, los ungidos no lo enfatizan.
“Y sabrá toda esta congregación que Jehová no salva con espada y con lanza”. El filisteo dependía de su espada y de su lanza. David dependía de Dios. Depender de Dios para hacer algo es más importante que los medios para hacerlo. El proceder del mundo no es el de Dios. El ungido no depende de la fuerza humana, sino del poder espiritual.
“Porque de Jehová es la batalla”. Durante cuarenta días (17:16) el gigante había desafiado al pueblo de Israel. ¿Sabe por qué no había sido derrotado? Porque Saúl y los soldados pensaban que esta batalla era de ellos. Se habían olvidado de Dios. Saúl era un rey sin unción de Dios en su vida (1 S. 16:14), por lo tanto, operaba en lo natural. David era un futuro rey, ya con la unción divina en él y ya estaba operando en lo sobrenatural. Los ungidos se mueven en el plano del espíritu y no en el de la
carne.
David sabía en su espíritu que esta batalla no era suya, era la batalla de Dios. Mientras pensemos que la batalla es nuestra y no se la transferimos a Dios, tendremos muy poca posibilidad de poder ganarla. Pero cuando entendamos que no es nuestra batalla sino que ha pasado a ser la batalla de Dios, la victoria será nuestra. No luchemos solos, busquemos la ayuda de Dios.
Jesús de Nazaret declaró: “En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo” (Jn. 16:33). Esta seguridad de que Jesús ya venció, nos anima a estar confiados y seguros en medio de  toda prueba y dificultad. El puente de la confianza se suspende entre la aflicción y la victoria. Por lo tanto, al cruzarlo ya estamos en la orilla de la victoria.
“Y él os entregará en nuestras manos”. Al enemigo hay que decirle en la cara que ya perdió. David no iba a buscar una victoria contra Goliat, él iba a recibirla. El ungido sabe declarar y declararse en victoria. Con aplomo dice: “él os entregará”. Los ungidos tienen abiertas las manos para recibir todo lo que Dios les quiera entregar.
El problema de muchos ungidos es que no han recibido, no han reclamado lo que ya Dios les ha entregado. Se pasan pidiendo algo que ya Dios se lo ha dado. Las promesas de Dios ya son nuestras, hay que reclamarlas.
En Josué 1:3 leemos: “Yo os he entregado, como lo había dicho a Moisés, todo lugar que pisare la planta de vuestro pie”. El pasaje paralelo está en Deuteronomio 11:24 y declara: “Todo lugar que pisare la planta de vuestro pie será vuestro; desde el desierto hasta el Líbano, desde el río Eufrates hasta el mar occidental será vuestro territorio”.
El ungido sabe lo que ya en el espíritu y por la fe le pertenece. No anda mendigando bendiciones, las reclama. No se pasa orando por una victoria, se declara en victoria. No se la pasa llorando por las pruebas, entona cantos de victoria.
¡El ungido siempre está en guerra espiritual! ¡Pelea orando! ¡Pelea ayunando! ¡Pelea cantando!
¡Pelea alabando! ¡Pelea confesando! ¡Pelea ministrando! ¡Pelea predicando!
Conclusión
(1) La confianza del ungido se basa en la autoridad y en la misión que ha recibido de Dios.
 (2) La fe del ungido es algo que trabaja “hoy” y glorifica a Dios.
 (3) El testimonio del ungido habla de victoria espiritual.
publicado por mbsama a las 09:07 · Sin comentarios  ·  Recomendar
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