“Envió, pues, por él, y le hizo entrar; y era rubio, hermoso de ojos, y de buen parecer. Entonces Jehová dijo: Levántate y úngelo, porque éste es. Y Samuel tomó el cuerno del aceite, y lo ungió en medio de sus hermanos; y desde aquel día en adelante el Espíritu de
Jehová vino sobre David. Se levantó luego Samuel, y se volvió a Ramá” (1 S. 16:12–
13).
Introducción
Jehová habló a Samuel su profeta y lo hizo con pregunta y respuesta (1 S. 16:1 cp. 16:2). La
voluntad de Dios para con los creyentes muchas veces es pregunta y es respuesta (Éx. 3:11–12; Hch.
16:30–31).
Con una interrogante Jehová le confirma a Samuel que Saúl ya no era su voluntad para el pueblo.
¿Será usted o seré yo la voluntad de Dios en el ministerio donde estamos? ¿Nos habrá desechado Dios,
pero todavía cumplimos con el tiempo de la posición? ¿Estaremos en posición sin ministerio?
La voluntad de Dios fue directa, pero no específica a Samuel: “Llena tu cuerno de aceite, y ven, te
enviaré a Isaí de Belén, porque de sus hijos me he provisto de rey” (1 S. 16:1).
A Samuel le llegó palabra de revelación en cuanto al lugar y a la familia, pero no al ungido. Dios le
manifestó su voluntad progresiva. Entender la voluntad progresiva de Dios exige obediencia, tiempo y
paciencia. Se necesita saber esperar en Él.
Ante la interrogante de Samuel y su temor a Saúl: “¿Cómo iré? Si Saúl lo supiera, me mataría”
Dios le dio por excusa el propósito de que iba a ofrecerle sacrificio a Él y que ya allá invitaría a Isaí (1
S. 16:2–3).
Notemos las palabras de Dios: “y yo te enseñaré lo que has de hacer; y me ungirás al que yo te
dijere” (1 S. 16:3). Samuel tenía que aprender lo que era la voluntad de Dios y tenía que hacer la
voluntad de Dios. Nadie será el ungido porque quiera serlo o porque lo elijan como ungido; será el
ungido porque Dios mismo lo elige y lo separa.
Una persona puede ser electa a una posición religiosa, pero solo Dios puede llamarla a esa posición.
Esa es la razón por la cual hoy día tenemos tantos problemas con personas que han sido electas a
posiciones sin llamado de Dios.
I. El tiempo de la elección del ungido
En 1 Samuel 16:5 leemos: “El respondió: Sí, vengo a ofrecer sacrificio a Jehová; santificaos, y
venid conmigo al sacrificio. Y santificando él a Isaí y a sus hijos, los llamó al sacrificio”.
Cuando el profeta Samuel llegó a Belén, su presencia causó miedo. La llegada de los profetas era
siempre un momento de preocupación, principalmente cuando se trasladaba fuera de su territorio
profético. A eso se debe la pregunta de los ancianos de Belén: “¿Es pacífica tu venida?” (16:4).
Notemos que Samuel santificó a Isaí y a sus hijos y los convocó al sacrificio (16:5). Pero en esa
ceremonia de consagración y en ese sacrificio de adoración faltaba David. Él ya estaba santificado por
Dios mismo y era un adorador individual del Eterno.
El ungido debe ser seleccionado y elegido de un ambiente de santidad y adoración. El ungido debe
ser una persona santa y que adora al Dios Todopoderoso. No es tanto dónde se adora, sino cómo se
adora (Jn. 4:20–24).
El ungido aunque está en el campo del mundo, no es del mundo. Le pertenece a Dios (Jn. 15:19;
17:24; Gá. 6:14). El mundo no afecta al ungido que está en una buena relación con Dios; es el ungido
quien afecta al mundo. La presencia de Jesucristo en el creyente es la que destaca a él o ella ante el
mundo.
Santos y adoradores son la clase de personas que el Espíritu Santo está buscando para llenarlos de
la gloria y la presencia divina.
II. La obediencia en la elección del ungido
Un tremendo desfile de jóvenes apuestos y capacitados ante el juicio humano pasaron delante del
profeta Samuel. Todos hijos de Isaí. Siete en total; el número del complemento. Pero ninguno de ellos,
aunque con razones válidas externamente, tenía la calificación interna para ser el ungido de Dios (1 S.
16:8–9). Con siete no se completaba la voluntad de Dios, sino con ocho.
Ya la Dios le había dado especificaciones a Samuel en la elección del ungido: “No mires a su
parecer, ni a lo grande de su estatura, porque yo lo desecho; porque Jehová no mira lo que mira el
hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón” (1 S.
16:7).
La visión de Dios no es la misma que la del ser humano. El primero mira por dentro, el segundo
mira por fuera. Dios no está interesado en “parecer” ni en grandeza humana. Esos son los requisitos
carnales del mundo. Los más capacitados y los mejor parecidos son los que muchas veces reciben
empleos y obtienen promociones. A Él le interesa el corazón del que será su ungido.
Samuel miraba lo que estaba afuera, veía en el balcón; “pero Jehová mira el corazón”, ve la sala y
las habitaciones. Nadie podrá ser el ungido de Dios si verdaderamente no le ha entregado su corazón
(figura de la mente y asiento de las emociones) a Dios. Abinadad, Sama y sus otros cinco hermanos
tenían todo, menos el corazón que Dios buscaba.
Samuel no se dio por vencido y le preguntó a Isaí: “¿Son éstos todos tus hijos?” (16:11). A lo que
Isaí respondió: “Queda aún el menor, que apacienta las ovejas” (16:11). Samuel entonces decidió no
comer hasta que llegara el que faltaba.
El ungido muchas veces es ese “menor” que no es tomado en cuenta por los mayores. Ese que
parece no prometer mucho y del cual se espera muy poco en el futuro Ese que no cuenta para nada y
que su opinión no vale. Ese que no forma parte de la “política” familiar. Ese que siempre está lejos y
difícilmente lo dejamos acercarse a nosotros. Ese puede ser el “menor” que Dios quiere llamar y ungir
con su Santo Espíritu.
Samuel decidió que no comería hasta que el “menor” llegara. Por causa del “menor” los mayores
deben hacer sacrificios personales. A ese “menor” tenemos que esperarlo. Es importante. Dios tiene un
plan para él. Debemos ser parte en el propósito de Dios para la elección del “menor”. El profeta lo
esperó (16:11).
En 1 Samuel 16:12 leemos: “Envió, pues, por él, y le hizo entrar”. Aquí notamos el espíritu de
obediencia en David: “envió, pues, por él”. Luego su espíritu de humildad: “y le hizo entrar”. David
se sometió a la autoridad espiritual de su padre Isaí. El que tiene problemas con estar bajo autoridad, le
será difícil estar en autoridad. El sometimiento a la autoridad tiene que salir del corazón y no de la
mente. La mente sin corazón produce carnalidad, pero con el corazón produce espiritualidad.
III. La confirmación en la elección del ungido
La apariencia de David se describe así: “y era rubio, hermoso de ojos, y de buen parecer” (1 S.
16:12). La mirada y la apariencia de David son señaladas; físicamente describían al ungido David, pero
espiritualmente señalan dos cualidades que deben tener los ungidos.
Veamos, el ungido es elegido y seleccionado por las cualidades de su apariencia y su visión. De
David leemos: “y era rubio”. Otra versión traduce “sonrosado”, al igual que en Cantares 5:10, y no es
una alusión al pelo sino a la piel.
Denota un estado más bien de salud. El ungido debe gozar de una buena salud espiritual y
emocional. Creyentes con cargas, bajo presiones, deprimidos, rencorosos, angustiados, enojados…
muchas veces transmiten esa clase de espíritu en sus ministerios, enseñanzas y prédicas. Lo que ellos
mismos están sintiendo es lo que muchas veces proyectan a otros. Sus palabras son “catarsis”
emocionales. Predican con ira y promueven las contiendas y la rebelión.
La visión del ungido llama la atención de los demás. No mira como los demás y ve más allá que los
demás. El visionario mira las cosas como las ve Dios.
El ungido se distingue por su “buen parecer”. Espiritualmente este “buen parecer” habla de una
vida transformada. Personas cambiadas por el poder transformador de Jesús de Nazaret, serán las que
cambiarán familias, ciudades y naciones. Un estilo de vida diferente es la más poderosa predicación
que cualquiera puede ministrar.
Conclusión
(1) El que desea ser elegido como ungido para Dios, tiene que ser paciente y esperar el tiempo de
Dios. (2) Tiene que ser obediente a los que Dios le ha puesto como autoridades espirituales. (3) Debe
poseer una visión de Dios y un estilo de vida que muestre a un Dios que cambia.